lunes, 18 de mayo de 2009

48 HORAS


“Despertar de un sueño turco y sin nariz
Carnaval del hambre, se fue la perdiz.
Piquetes y horcas, muerte en el corral
El poder es ciego, no puede escuchar”

Los Piojos


La letra y música es de Ciro Martínez, y no encuentro nada mejor que grafique y exprese el 20 y 21 de diciembre de 2001. Referirse a las heridas que el pueblo ha engendrado hace difícil la tarea de volver hacia atrás, pero es necesario, aunque peligroso.

También es complejo encontrar en qué estábamos pensando por aquellos días, y se torna dificultoso básicamente porque todos estaríamos en cosas diferentes, cada uno en lo suyo, y en el país… la convulsión. No obstante, por omisión o por negligencia, debemos como sociedad pagar los que nos toca. Asumir en quién y por qué delegamos el mando en nuestros representantes y hacer una autocrítica social profunda de qué nos pasaba por aquéllos días. Inquietudes, prioridades y reacciones.

Todavía no es claro si el robo al bolsillo ajeno, la “tocada de traste”, la violación del patrimonio económico -entre otras violaciones-, fue sólo a un sector. Es decir, a la famosa clase media, que seguramente no es la misma clase media actual; o si en verdad hay que entender que el robo fue generalizado.

La duda cabe y la incomprensión crece cuando reflexionamos sobre los sectores de bajos recursos. Y ahí está la confusión, ya que para los obreros, los trabajadores, quienes viven el día a día, quienes llegan con lo justo a fin de mes, “y ni pensar en ahorros”, los saqueos no ocurrieron en esos días, sino que se venían dando desde hacia un tiempo.

De todas formas, cuarenta y ocho horas antes del escenario que quedará como postal en la foto histórica, los medios parecían no hacer hincapié en lo que se venía. Y aunque nos duela oírlo, eran y aún lo siguen siendo, los poseedores de imponer la agenda temática, o sea, aquello de lo que la sociedad después habla.

Los multimedios, que venden una mercancía delicada, información, vital en la supervivencia y en la convivencia humana, nos presentó un menú diferente al que se estaba cocinando en la Casa Rosada.

Injusta comunicación de quienes pueden transmitir, los dueños del poder, ya que Beto no logra difundir que en su taller no le pagan lo que debería ganar, que Susana, la mujer del almacén, no tiene el dinero suficiente para comprarle a los proveedores y establecerse en el mercado, que Juan Cruz no logra mandar a su hijo a la Universidad, aunque esta sea pública, porque necesita alimentarlo y darle un techo y eso cuesta. Eso nos jode a todos, pero aunque existan muchos “Betos”, “Susanas”, “Juanes” e inclusive hijos de Juanes que se quedan sin estudiar y salen diariamente a trabajar, no hablamos por desgracia de justicia. Sino de lo que nos imponen los medios. Bendito aquél que logra esquivarlos. Y como lo expresa Sabina en Eclipse de mar “Pero nada decía el programa de hoy de este Eclipse de mar, de este salto mortal, de tu voz tiritando en la cinta del contestador, de las manchas que deja el olvido a través del colchón”.

Para entonces, “El hijo de la novia” ganaba el premio Cóndor de Plata a la mejor película; Florencia Romano era la primer mujer que debutaba como árbitro en un partido de fútbol de Primera A; y los multimedios destinaban un considerable espacio a Patti y su planteo de que la gente ya no creía en la democracia.

Las notas de color y las deportivas decían prácticamente lo mismo, mostraban hinchas ansiosos que dormían poco y mal, un director técnico que estaba a punto de convertirse en mito, jugadores que querían entrar a la leyenda de un club grande, fanáticos que reunían 6.000 kilos de papel para el recibimiento de su equipo ante Vélez, un artista que esculpía una estatua para Reinaldo Merlo, una gigantesca caravana de fe que unía Avellaneda con Liniers, promesas de festejos infinitos, miles de cábalas que no se traicionaban, en fin, una “eterna historia de amor”.

Las agujas del reloj seguían corriendo, y Clarín le informaba a la sociedad que Blanquiceleste proyectaba dos festejos. Sí, dos festejos. Un partido ante un equipo mejicano en Avellaneda, que sería el miércoles 26, y una cena-show con todo el plantel. Acto seguido, comunicaba que a ese espectáculo podrían asistir los hinchas anónimos. Claro que deberían pagar varios pesos para comer, festejar y bailar junto a sus ídolos. La explicación estaba en que el plantel recibiría un millón de dólares si salía campeón y Blanquiceleste quería organizar estas dos celebraciones para recaudar esa suma.

No faltaba mucho…A los medios les quedaba poco relleno, las voces de la verdad en algún momento aparecerían y no habría más margen para decir lo que retumbó los oídos argentinos. Las cuarenta y ocho horas habían pasado. La farsa de lo que se sabía debía ser anunciada.

“Renunció De La Rúa… En helicóptero, como Isabel, y entre el llanto de sus ministros. La crisis ya costó 25 vidas y en 9 de Julio y Avenida de Mayo un muchacho cayó muerto con una bala en el cuello…Un final inevitable pero con perjuicios para la democracia” (Clarín, 22 de diciembre de 2001).

Por ese entonces, vimos cómo poblaban las calles de noche: mujeres, niños, y hombres rascando el fondo de la condición humana. Vimos como el hambre arrasaba a los chicos, como los jóvenes partían hacia otras tierras; como peregrinaban por una jubilación escasa a nuestros abuelos.

Vimos huir al presidente; a “nuestros” políticos escondiéndose de la ira social. Vimos a nuestra clase dirigente enajenar el patrimonio nacional.

Tuvimos episodios tragicómicos, claro, también vimos el llanto de varios ministros ante el “despegue” de su líder radical. Y fue cómico, porque fue raro verlos a ellos llorar, lo trágico ya se sabe, no fue sólo la situación, no todo fue contexto; lo trágico también estuvo al momento (lástima que tarde) de darnos cuenta de quiénes nos gobernaban. Más tarde y sin encontrar explicación a lo que sucedía, ni esperanzas claras de un futuro mejor, la sociedad utilizó la conocida frase “que se vayan todos”. Pero de eso también somos responsables.

Conocimos los índices de indigencia y pobreza con el terror de quien ha perdido la posibilidad de futuro. Un futuro embalsamado en el presente pero también en el pasado: habíamos visto ya una matanza, la desindustralización, la plata dulce y una guerra infame en el Atlántico Sur.

Si Ciro Martínez sentenció dándole el nombre de “Dientes de Cordero”, María Seoane lo título a su libro “El saqueo de la Argentina”, en dónde planteó certeramente, que fueron más de veinte años de un modelo depredador al que llamaron neoliberal, que comenzó en dictadura pero se perpetuó en democracia. Y en donde el arrebato llegó con el sueño despilfarrador de “ahora somos Primer Mundo”, la ilusión que nos vendieron a millones de argentinos Carlos Menem y Domingo Cavallo, y que usufructuaron apenas unos cientos… los mandamases de la política y los dueños del poder económico y extranjero.

Nos queda pensar en lo que escribió después el cantante de Los Piojos, “Sangre en la vereda, en el palacio gris, sangre en la escalera, en la tuya bajo tu nariz. Miles de pueblitos villa crecen en el interior, feudos medievales donde te llaman “Señor”. La Escuela no abre, cierra el Hospital, sentís el latido lobo, en la yugular”.

Es ineludible escuchar, claro, pero… sólo que cuesta descifrar a quién. Las cuarenta y ocho horas de los medios son sólo una muestra de encubrimiento más, de ésta… o mejor dicho, “esa” clase dirigente.

Por ahí, nos quede putear, y obviamente no repetir la historia. Quizás, nos quede atender lo que viene por delante. Pero sin duda, será tiempo de aprender a escuchar a nuestro pueblo, ya que en esos días, en esas cuarenta y ocho horas posteriores a la huída de De la Rúa, el pueblo habló, y no dijo precisamente lo mismo que en esas otras cuarenta y ocho horas previas, en donde la palabra la tuvieron los medios.

Leandro Mata
(Diciembre 2008)

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