
Darío Fo nació el 24 de marzo de 1926 en San Giano, provincia de Varese. A lo largo de su vida se ha desempeñado como dramaturgo, escritor, escenógrafo y pintor. Ironía, compromiso, entrega, voluntad, sarcasmo, respeto, y amor son algunas de las características que lo representan. Alcanzó la cima de su carrera en el año 1977 cuando obtuvo el Premio Nobel de Literatura.
Su vida siempre ha estado en escena, no obstante, la mejor faceta se encuentra en el interior de su persona, en el plano privado, en sus pensamientos, en el momento mismo en que el personaje queda olvidado. Su simpatía e inteligencia han generado el agradecimiento constante de su público. No haber relajado nunca el compromiso, las ganas y el esfuerzo desde hace medio siglo, lo posicionan como el contrapunto de la crónica y la historia de Italia.
Con una gran personalidad y trayectoria, sus mayores logros han sobrepasado la faceta artística, tal es así, que su máxima hazaña es diaria, al lograr seguir viviendo, un arte difícil en tiempos en los que todos parecen contentarse con sobrevivir. Acompañado de su esposa Franca, y su hijo Jacopo, han llevado adelante una vida atravesada por momentos difíciles, pero siempre valiosa y llena de amor.
De una familia humilde y estupenda, en donde no sobraba el dinero pero sí el cariño, la alegría y la hospitalidad, ha sido criado junto a sus hermanos Fluvio y Bianca por su padres Felice y Pina, bajo los principios de ironía y libertad. Por el desempeño humano que ha tenido a lo largo de su vida, parece ser evidente que, todo ha dependido de dónde ha nacido y del niño que fue.
En su faceta artística, y teniendo como maestros a los fabuladores y a los juglares, ha logrado contar la otra historia, el otro evangelio, donde cada episodio es idéntico en la estructura a los que tradicionalmente se cuentan, pero distinto completamente en la forma y en su significado.
En lo que concierne a la religión ha tratado el tema de forma irónica pero respetuosa, no obstante, reconocido ateo, ha representado a Cristo en sus discursos con cierta atracción hasta llegar a admirarlo. Sin importarle que sea realmente o no hijo de Dios, le fascina la imagen de un persona con coraje, sin prejuicios, que en épocas en que la democracia ni siquiera era pensable planteaba la igualdad, que excluía a los ricos del reino de los cielos, que llamaba bienaventurados a los pobres de espíritu, a los oprimidos, a los sedientos de justicia, y que fundamentalmente, valoraba a la mujer en tiempos en donde socialmente no contaba.
En confrontación permanente con la Iglesia por ser una Institución que ha tenido a las mujeres apartadas y sumisas, reivindica la audacia y la valentía femenina, recrimina la visión de los obispos y papas que han pregonado a lo largo de la historia que su ignorancia sea siempre bien vista, y no le perdonará jamás que las hayan sentenciado como secuaces del demonio, a aquellas pocas, que lograron transgredir, que conquistaron fama de sabias, que curaron males y sufrimientos. Su memoria le prohíbe olvidar que la Iglesia Católica llegó a montar un tribunal como la Inquisición para la tortura y el asesinato de mujeres patentando una de las crueldades inauditas de la historia de la humanidad.
Como artista no solamente se ha comprometido con temas religiosos sino también con los políticos y sociales. En sus obras comprendió y plasmó la existencia de un poder económico, el cuál constituía el motor oculto de todo conflicto, le demostró al público que tantas palabras bonitas como libertad, patria, heroísmo, sólo eran pantallas hipócritas para ocultar las jugarretas más sucias en Libia, Afganistán, Irak, el Líbano y en Palestina.
Nunca ha escrito nada simplemente para divertirse, siempre ha tratado de introducir en sus textos esas fisuras capaces de cuestionar certezas, de poner en duda opiniones, de suscitar indagaciones, desechando la concepción de “la belleza, por la belleza misma, el arte por el arte”.
En momentos en que la historia se ha parecido, ha sido tanto opositor de Mussolini como contrario a Berlusconi. Mientras que con el primero ha tenido que sufrir el disfraz de gran nación a un país despreciado y miserable con los ropajes de una falaz normalidad rescatada de un imperio de cartón; con el último, ha soportado el hecho de ver cómo éste hizo creer a sus súbditos más ingenuos y teledependientes que, mientras la deuda pública se convertía en una vorágine y la crisis económica se expandía, Italia era el país en donde todos se esparcían entre autos último modelo y bolsos de diseño, esperando que los besara la suerte, que ganarán en cualquier juego, participarán en Gran Hermano, se convirtieran en presentadoras o futbolistas. Nada que estuviera fuera de las estafas mediáticas y las payasadas retóricas.
No obstante, siempre tuvo en claro su posición y su forma de contrarrestarlos desde la comedia, ya que el poder, sea religioso o político no ríe jamás. Con el pasó de los años ha sabido interpretar que cuanto más un sistema es absoluto, dictatorial, tanto más su entorno se vuelve triste y sombrío, y entonces, si una carcajada estalla ahí adentro tiene la violencia de una bomba, hace añicos todo el aparato de terror y libera al hombre del miedo.
Fiel hombre de teatro ha propuesto larga vida a la máscara, que regala a todos la ocasión de otra vida, un paréntesis de libertad sin pagar impuestos. Ésta, a lo largo de su carrera ha ocultado lo individual, lo relativo, lo caduco, mientras ha develado lo universal, lo inconfesable, cubriendo las facciones y alterando la voz, para dejar salir sólo una cosa: la verdad.
Sensible a la situación social, le inquieta y le infunde sospecha tanta manía por transformar lo que antes era un rasgo esencial de carácter humano en una patología.
La melancolía, el humor sombrío, los momentos de desaliento forman parte de la vida de todos en la cuál él no está exento. Sus sospechas están dirigidas al ingreso de la sociedad en el reino del fármaco y de las farmacéuticas. No concibe que al síntoma más leve, ya sea dolor de cabeza o dolor del alma, exista la pastilla que lo borra todo enseguida, atribuyendo esto a la consideración errónea de una “solución”, un sistema más rápido y práctico que aprender a soportar el dolor, sea físico o psíquico, sin tratar de conocer sus causas.
Sus angustias las ha vivido sin hacérselas pesar a los demás, sabiendo que son tristes pero sentimientos al fin, que hasta en ocasiones estimulan impulsos de creatividad. Es por esto, que propone que no sean reprimidos con un puñado de pastillas, aunque, entiende que es legítimo afrontarlos médicamente si vivir se vuelve demasiado violento.
En una sociedad donde reina la eficiencia, donde nadie nunca puede “fallar”, donde la enfermedad y la muerte son algo que ocultar como vergüenza, el arte químico, de los fármacos a las drogas, se ha convertido, por un lado, en el negocio del siglo, y por otro lado, en el cómodo atajo para enmascarar lo que a menudo es una desazón privada y social. Ante esto, y sin miedo a la muerte, sabiendo que a quien le llega le llega, sin razón ni justicia, ha creído en tres componentes, el juego, el valor y la ironía, permitiéndole hasta hoy hacer soportable la idea del final, entendiendo que de lo contrario, se vuelve fuente de desesperación, de angustia y violencia.
Por su entrega de afecto constante a sus seres queridos, por su compromiso con el público, por su responsabilidad cultural, política y social, pero fundamentalmente por su forma de ver el mundo, no caben dudas, que Darío Fo nos enseña, en algo que no tiene recetas, método ni lógica: el arte de vivir.
Leandro Mata
(Noviembre 2008)
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