lunes, 18 de mayo de 2009

MADRUGADA


La presión esta ahí. Instalada, encarnada y decidida a convivir con vos diariamente. Full Time. Día y noche. Pero es cruel. Malvada. Despiadada. Mortal.

Punzante en la madrugada, cala hondo, y sumergida en lo profundo se cuela. Se mete. Presiona. Exige. Eso…sí, te exige.

No te deja pensar. Te atormenta. Genera un estado de ceguera. Y ahí, cuando está al caer sentís cómo se aproxima, suena el timbre de la angustia y ves su sombra detrás de la puerta. Antes de dar paso a ese sentimiento devastador, espías pero abrís.

Le abrís y te entristece. Te entristece y no podes crecer. Te reduce, te vuelve minúsculo. Al disminuirte con soberbia se mofa de aquello que sos y no sos, de tus fracasos: éticos, morales, religiosos, sentimentales, sin distinción alguna. Goza de cada una de tus debilidades, disfruta mirando tu costado endeble, tu punto flaco. Se burla de todo pero no sólo eso. Te exhibe.

Te muestra y refleja todos tus errores. Quedas desnudo, al descubierto haciendo gala de cada punto negativo, de cada mancha en tu historial, de cada partido perdido, de cada día gris, de cada tarde de lluvia, de cada minuto enfermo que conduce hasta la maldita madrugada.

Y otra vez te encuentra, una vez más, nuevamente obnubilado. Perdido. Preparado para el cachetazo en ese instante suicida, en ese flash trágico, en esa pausa en la que quedó fotografiada tu perpleja paranoia.

Pero pasó. Y ahora pensás con más tranquilidad. Rebobinas sobre lo que te falta para ser lo que no sos, sobre cuántas páginas están en blanco de esa novela que aún no encontró principio. Buscas y te esforzás en tratar de hallar la valentía para encarar tus metas, para corregir tus errores, para darle vía libre a tus pasiones, para sacar de prisión aquellos deseos que aún siguen encarcelados y que cada estimulo de tu cuerpo ruega por su libertad.

En un leve gesto de picardía susurras bajito todo lo que pretendes conseguir. Pero bajas las persianas. La luz tenue se consolida en oscuridad, el pensamiento optimista pasa a transformase en un pesimismo acérrimo. Sin escala siquiera en la vacilación.

Y otra vez decidís dar pelea. Abrís la caja de la esperanza y no le permitís a la resignación que te gane el partido. Equilibras la balanza. Estás otra vez en foja cero.

Es una lucha. El pensamiento se interroga sobre la encrucijada en la que se encuentra. No sabe para qué lado doblar.

Sus soldados más virtuosos esperan en cada esquina. La paz y el tormento en un partido cerrado. Ambos especulan. Nadie dio aún el primer golpe. Todavía las tropas de ambos bandos se retienen cautelosas. No atacan. Se miden. Sólo se miden.

Enfrentados cara a cara se huelen, sienten la respiración de su adversario. Cada uno reconoce sus límites. Analizan la situación. Dudan, ambos dudan, pero sólo de una cosa están seguros: cada madrugada será una nueva batalla, un nuevo round, otro enfrentamiento. Una guerra sin fin.

Leandro Mata
(Octubre 2008)

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