lunes, 18 de mayo de 2009

VIVIMOS PARA MORIR CON HONOR


Confiándole su destino a Zeus, Hera, Poseidón, Hermes, Hefesto, Afrodita, Atenea, Apolo y Artemisa están reunidos los reyes de cada pueblo.

De rodillas ante Dios, iluminando a Buda, sometidos a Alá, y buscando el sello de los profetas en Mahoma, se observan sin mirarse concentrados, temiendo lo que se aproxima, sufriendo lo que vendrá, atiborrando al tiempo que sigue su curso habitual sin percatarse de lo que está pasando.

Reuniendo a los astros para ser guiados, diversos pueblos de distintas lenguas, religiones heterogéneas, hombres y mujeres junto a seres extraños, todos desesperadamente se encuentran ambicionando seguir teniendo algo intangible, que carece de peso y valor, que no tiene cuerpo ni forma, pero que para estos mortales pareciera ser lo más preciado.

En busca del poder se movilizaron, entretejieron alianzas, interactuaron con múltiples costumbres de aquellos que poseen, o mejor dicho creen tener, el mandato divino, la luz que los guía, un valor especial sobre el resto de sus pares, aunque no son todos iguales, ya que algunos llevan las riendas y poseen el mandato transformando a otros mortales en súbditos de “ellos”.

Por encima del resto, están quienes creen tener un poder celestial, quienes desconocen el esfuerzo, quienes nunca han conseguido nada, porque todo les ha sido otorgado, porque todo ha sido dado en homenaje, porque cada cosa que llevan puesta, que han consumido, que han palpado, que tocaron, usaron, gastaron, les ha sido entregada como ofrenda, porque sencillamente su cultura los trata como especiales: “ellos” tuvieron y nunca consiguieron, tumbaron nunca construyeron, usaron nunca fabricaron. Nacieron… pero no se hicieron.

Y la desesperación crece, aumenta, segundo a segundo se prolonga. La palidez tiñe las caras de cada uno de los que en rito intentan forzar los hechos, cambiar la historia, parar algo que ya ha sido puesto en marcha.

Sin cruz, ni astros, ni ritos, ni dioses, pero con una ambición clara y definida, un grupo de hombres y mujeres caminan a tomar lo que les pertenece, a liberar a los súbditos que quieren ser engañados como pares de aquellos que usan corana de oro.

Corona que han utilizado de generación en generación, y que pretenden seguir usando naturalmente. Porque para ellos, así ha sido escrita la historia. La historia en forma de herencia. El poder como algo otorgado de padre a hijo.

Los crucifijos tiemblan, las oraciones elevan su volumen, las estampitas se arrugan, las coronas pesan, molestan, lastiman.

La hora se aproxima, los minutos escasean. Esos reyes que se han unidos por miedo a perder su poder, mandan a sus tropas a cortar el paso de estos hombres y mujeres que parecen decididos. Pero luego del dictamen, transpiran sus manos, sus voces en cada palabra resquebrajan sus cuerdas vocales, titubean, han perdido su pulso, han perdido la calma.

El poder ficticio, irreal, fingido, se torna absolutamente imaginario. No es más que una leyenda.

Con una vestimenta común a la de cualquier ciudadano, no se distingue en la foto, no se diferencia de sus compañeros, no se sabe su sexo, no logran aseverar a la distancia si es hombre o mujer, su melena larga confunde, ya que nadie cuida las formas, no hay estereotipos, no hay catálogos, pero el eco de su voz retumba, la mirada penetra, la postura percata hasta a aquél que ha sido privado con el don de observar, y todo se vuelve liderazgo.

“Hoy haremos historia, hoy dejaremos marcado el sendero para aquéllos que vendrán, para aquellos que seguirán nuestros pasos y elegirán nuestro camino. No hay dueños, no hay reyes ni esclavos. No hay tal poder celestial. No hay nada dado ni heredado. Por eso venimos a liberar a nuestros pueblos, del falso pensamiento, del temor al castigo de los dioses, del miedo del juicio que depare en el infierno después de la vida terrenal. De qué sirve ir a los cielos, de qué sirve expurgarse en el purgatorio, si sus vidas han sido y serán un infierno.

Que el viento nos encuentre si somos derrotados, o que el campo nos abrace en el suelo de la victoria. Pero todos moriremos o viviremos juntos, luchando sin privilegios. No existimos para vivir con poder. Vivimos para morir con honor”.


Leandro Mata
(Noviembre 2008)

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