lunes, 18 de mayo de 2009

GUTIERREZ Y YO (Cap. 1)


CAPITULO 1

"Cada vez estoy más convencido de la existencia de un mundo fuera de éste en que estamos, lindante con él pero quizá completamente alucinatorio".
H. P. Lovecraft


Ayer mi sombra me dijo que no quería ser más mi sombra. Me pidió el divorcio y no le tembló el pulso. Todavía no lo puedo creer. Me dijo que ella se merecía algo más, que quería ser la sombra de otro, que era algo que venía premeditando hace tiempo pero que no se animaba a decirme. Que no aguantaba más y que aunque le duela más a ella que a mí, me lo tenía que decir porque iba a ser lo mejor para los dos. Chupate esa mandarina.

Con ese planteo me vino la muy puta. Me lo dijo cerca de las diez y media de la noche, cuando terminaba de cenar. Definitivamente era algo que no me esperaba; y como no me dio derecho a réplica, desde ayer que ando sin sombra.

Mis amigos dicen que va a volver, que se va a arrepentir, que se va a dar cuenta que como yo, no la va a tratar nadie. Yo soy un tanto más escéptico, de esos que creen que cuando las decisiones están tomadas no hay vuelta atrás. No sé por qué pienso así, porque si me tengo que dejar guiar por mis sentimientos o actitudes en la vida, la verdad es que pocas veces mantuve una conducta. Pero uno, siempre tiende a suponer que los demás son virtualmente lineales e incorruptibles con las decisiones tomadas, sobre todo, si estas son del tipo ese que más tememos que nos pase y nos pasan, ni hablemos si se trata de abandonos.

Así que por lo pronto estoy buscando una sombra, ¿sabe doctora? Tarea que no es fácil porque no hay ningún bar de sombras o un 0-800, aparte cuesta olvidarse de la sombra de uno. Definitivamente, cuesta.

Últimamente las cosas no me están saliendo como quiero, a veces pienso que mi vida es un encadenamiento de sucesos desgraciados, de decisiones desacertadas, mejor dicho. Me enamoro de la gente equivocada, erro en momentos decisivos, en fin.
También hay que tener en cuenta que soy un individuo con una moral muy baja, sabe. Seguro ya lo notó. Para usted no debe ser ninguna novedad esto que le estoy diciendo, pero a mí me hace bien contárselo. De hecho por eso vengo acá. Aunque ahora que lo pienso bien, no sé porque vengo acá, o no sé qué fue lo que me motivo a hacerlo. Una apuesta, un deber moral, una necesidad, un vacio, no sé. No sé ni quiero saberlo.

No estoy bien, yo sé que no estoy bien, pero de todos modos, ¿quién está bien hoy por hoy? Nadie. Entonces, no estoy loco, porque si yo soy sólo uno más que no está bien dentro de un cementerio de almas que no están bien, eso quiere decir que aquel que está bien, está loco.

Los cuerdos somos nosotros, los que estamos llenos de miedos, los que enriquecemos los bolsillos de los psiquiatras, los que estamos inseguros, los que tenemos problemas de personalidad, los que tenemos crisis existenciales de lunes a viernes y los sábados montamos un personaje aparte en la barra de un bar con el único objetivo de acortar los domingos, el día que estadísticamente se producen la mayor cantidad de suicidios. El séptimo día, el del descanso ¿Descanso de qué?
- Terminó su tiempo, Gutiérrez.

Entre esas variables fluctuaba la vida de Gutiérrez, de la cama al psiquiatra, del living a la Risperidona.

A diferencia De Dalí, Gutiérrez no tenía recuerdo alguno de su vida intrauterina, no recordaba con exactitud detalle alguno de su existencia dentro del feto de su madre. No obstante, nunca pudo borrar de su mente las palabras que su progenitora disparó al verlo por primera vez.

Yo quería una nena, dijo. Luego insistió en el concepto un tanto más desilusionada, por cierto. Y la reputa madre que lo re mil parió, yo prefería una nena. Para ese momento, Gutiérrez flotaba en la atmosfera mirándola de reojo, desnudo y de la mano de la partera. Lloraba para no reír, para alimentar el clima de confusión, hacer la escena más dramática o tapar su desilusión. Eso, dice tampoco recordarlo bien, aunque de boca de él y por las veces que me entrevisté, supone que de estas cuatro variables no se escapa.

Gutiérrez al igual que la mayoría de los argentinos tampoco cree en el INDEC. Según los últimos datos suministrados por el organismo oficial, Gutiérrez estornuda siete veces por día, bosteza trece, putea unas quince y pestanea seis veces por minuto.
Gutiérrez es un hombre normal, se pelea con sus vecinos, cruza las calles sin respetar la senda peatonal y suele hablar solo. Un detalle: nunca probó la Coca Cola.
Por aquel invierno del 96, Gutiérrez y yo, supongo que andábamos en la misma sintonía. Ambos nos reflejábamos con los problemas del otro y hasta se podría llegar a decir que compartíamos las mismas emociones y algunos objetos insospechados. Entre ellos, una muñeca inflable, un disco de The Cure, y una inusitada preferencia por los ácidos.

Será por eso que decidimos congeniar cada semana para entrevistarnos, escuchar música y debatir sobre psicodélicos proyectos televisivos que no nos llevaban a ningún lado, entre los cuales primaba la estúpida idea de llevar adelante un reality show donde la gente que participe de él, entre siendo famosa y salga siendo desconocida. Una idea que yo me auto adjudique, aunque en el fondo sabía que se la había robado a Charly García, cuando solía frecuentar su departamento en Coronel Díaz y Santa fe.

En fin, él buscaba a su sombra mientras intentaba seducir a su psiquiatra de cabecera. Yo buscaba un rumbo a mi vida, salía de un desengaño amoroso importante y lidiaba con los espejos, decididos a tomarme el pelo y reflejar algo erróneo de mí, como aquel día que salí a la calle creído que portaba un elegante traje italiano y en verdad estaba desnudo. Ni hablemos del día en que salí vestido de mina o aquel jueves fatal cuando fui al trabajo con el traje de Batman y fui el centro de cargadas por dos años seguidos. Ahí viene Bruno Díaz, decían mis detractores. Yo que le iba a decir, Mira, ¿sabés lo qué pasa? Que mi espejo me engaña y me muestra un reflejo que no es el real. No. Hay veces que es mejor no agregar nada. ¿No, Gutiérrez?

Germán Uriarte
(Diciembre 2008)

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